(Sobre el porque de mi nombre o porque lo tengo)
Llaman a la puerta, pauso el lavado
de platos y atiendo a ella. En la entrada hace una señora contemporánea a mi
madre y acampándole una joven de mi edad.
Me saluda de forma educada y
mientras me seco las manos de lavar platos le respondo igual.
Extrañe de un bolso discreto un
ejemplar en tamaño esquela de sus creencias,
Ataláyala se titula aquella portada
y enseguida la pregunta ¿está cerca el fin del mundo?, ni idea.
Sonríe con complicidad, pero no
creo que seamos afines, yo solo creo en la suerte que revelan las paletas de
manitas o en el ratón de los dientes, así intento devolverle el gesto de forma
indulgente.
Ella comienza con entusiasmo el
proselitismo de aquella campaña política, me pregunta mi nombre a lo cual le
respondo que Daniela y ella se aproxima a decirme que si se lo que significa,
le digo que sí, “mi juez es Dios” y ella sonríe complacida, le digo que como
justo solo él es mi juez lo demás ya está dicho, así que le agradezco compartir
su información, pero las labores me esperan.
El espectáculo se esfuma y me
agradece decepcionada.
Me detengo a pensarlo y sí, hablé
de un tercero como si desayunara todo el tempo con él, soy una cínica, no
conozco a mi juez, ni si quiera se quién es Dios.
Celeste.
Leonora, la leona era madre de
Enrique, mejor conocido como Abuelo.
Ella, cantante de opera es un
recuerdo dulce de mi madre y sus paseos al desierto de los leones a hacer
picnic.
Celeste era su segundo nombre y así
mamá decidió llamarme de esa forma.
Siempre he sido objeto del famoso a
quien quiera Azul Celeste que le cueste, sin embargo, aunque me parece
ciertamente cursi, amo ese nombre, pues habla de una de las cosas que mas me
gustan, el universo y su firmamento.
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