martes, 10 de agosto de 2021

Hay una luz que nunca se va

(Biografía)

Soy la hija de la nada y de los restos de la esperanza.

El invierno me abrazo con su ultimo esfuerzo antes de perecer y me dio la bienvenida en los días más fríos de enero. Un 29 que fue casi un 30, el evento de ese año, el inicio de otra década.

Soy esa carrera de velocidad en la primaria, soy la que patina sin desistir, la de las barbies y las pistolas de dardos. La de los bailables en los festivales y los disfraces originales. Las maquetas perfectas y las tareas relucientes. La de nadar hasta las boyas y volver a toda velocidad por miedo a no saber que hay en el mar.

La impaciente que desarmaba sus juguetes para saber cómo funcionaban, siempre curiosa, siempre atenta a respuestas, siempre presente con preguntas.

La del papá de medio tiempo y el padrastro que sabe ser papá. La de muchas abuelas, la de mucha familia.

Soy la no sabía trepar los tubos de los juegos y la que tenia y tiene miedo a la obscuridad y a las alturas, la que le teme al coco y a las cosas que no son tangibles.

La que le gritaba a su mamá en la madrugada de tormentas o de pesadillas y que recibía como respuesta “tenle miedo a lo tangible”, “piensa en cosas bonitas”.

La que creció a palos en la secundaria, la que perdió a su mamá en una depresión que aun continua, la que se escondía en un uniforme enorme, la delgada con lentes, el patito feo, la que descubrió la música en esa época y la volvió su refugio ante la soledad.

La que se escondía en la velocidad de sus pies, siempre corriendo, siempre yendo.

La de los libros interminables en el metro camino hacia la prepa y el excesivo ejercicio, la que se encontró con los suyos y con el amor propio entre ropas nuevas y cambios de piel, la de la patineta, la de la cámara y el accidente fotográfico, la que encontró el primer amor bajo la lluvia entre los muros de Mario Pani y su interminable Tlatelolco.

La que perdió departamentos, la que vivió ajena y en mudanzas ante la ausencia parental y creció alojada en los sueños para resistir.

La que se baño el alma todas las mañanas por diez semestres en ciudad universitaria, la que durmió en esos pastos y se acogió en una nueva casa,la que se alojó en los muros de O Gorman y de Villagrán.

La que se enamoró de la paisajista, la que amo, mitifico y se disipó ante ello. La que intento una y otra vez el amor, la que no cedió. La que veía pasar el tiempo en los restiradores sin entender concretamente que era la vida y a donde iba. La que no encaja en los planes sociales, la que no sabe llevar agenda, la que recuerda con amor lo importante y lo imprescindible se lo deja al camino.

La del futuro prometedor, la titulada eficazmente y a la brevedad, la del despacho aquí y allá. La que no sabía lo que hacía en donde ya hacía.

La de la conciliación y el retorno, la de la semejanza con su padre y la disyuntiva hacía el.

La que se despidió de Lichita para no verla más.

La medio judío la medio no, la medio aquí y la de allá a medias. La de Santa Julia y San Rafael.

La que lo tuvo todo sin saber que, la que disfruto de lo efímero y enmarco lo momentáneo.

La que fue jauría con Gala y a Max, la que le pidió al universo dejara ir a Max y tomo una decisión.

La que piso otras tierras y se perdió en la nieve, en Kandinsky, en la brisa, en la falsa indulgencia del patriarca, en lo que fue y no.

La del mejor amigo con 2% de posibilidades de sobrevivir.  

La de la carretera en Hidalgo, la del amor bonito, la de las promesas firmes y la lealtad recia, la de la expectativa y la creación. La de 16 kg de mochila y km caminados, la de país tras país, la de decidir entre el bien económico o el bien propio.

La del Ferry a Turku. La de la llamada y la espera, la de la vuelta de emergencia a México. La que cruzo por el polo norte y 14 horas de vuelo. La de la sorpresa y la Raza, la de la encefalitis y la responsabilidad ajena.

La de sobar al postrado en la cama y dormir haciéndole guardia. La espectadora del coma y la muerte.

La que creyó que todo ha terminado y solo ha empezado. La del nódulo que no era nódulo. La de la biopsia con el resultado positivo. La del retorno a Ciudad Universitaria y la Navidad expectante. La de los días contados.

La de la operación con 2% de probabilidades de fallar y que fallo.

La de la recaída, la que tomó la mano del cirujano plástico y le dijo más que como una súplica como un decreto que tenía muchas cosas que hacer.

La que despertó de la anestesia con antojo de Nuggets. La de las cicatrices grandes pero la recuperación precisa, la que no tiene costillas, pero tiene muchos motivos. La de las radioterapias, la de los puñados de cabellos rubios en sus manos y la cómplice de mujeres mastectomizadas.  

La de 10 kilos menos, pero sin perder el estilo, la que tiene buro de crédito, pero muchos amigos que donaron, la que su familia la vendió con su madrastra, pero que fue acogida por otras familias.   

La que mira expectante el firmamento y renace en la obscuridad de Hollbox.

La que no llego a tiempo con Gala, la que formó una familia y renació en la pandemia, la que con duda recibió a Simona, a la que vio y no quiso ver. A la que no le duró el gusto pues percibió el cambio de estación y se mudó de ese corazón.

La que ante la sorpresa del engaño vació sus cajones y su buró. La que reinició.

La que siempre reinicia como sea y donde sea, la que tiene lo justo, la que se empapa, pero no se dobla ante la marea, la que se sienta al lado de su yo de 7 años y se reencuentra. La que sueña con sueños y esperanzas.

La que desayuna con la muerte, la que abraza con fuerza, la que dice la verdad, la que ama con las entrañas, la que no desiste, la zurda, la que pelea, la que no se hinca, la que sueña con revelaciones, la que admira al y respeta la infinidad del universo, la que no codicia, la de la luz que nunca se va.

 

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