La ducha lista, el agua caliente evaporándose y cayendo gota tras gota, tras la gran ventana de aquel baño de filtraba el halo de luz que bañaba cálidamente esa habitación.
Aquel fin de semana mi prima Vero
me hacía compañía y solía sentarse en la tapa de la taza del escusado para
platicar conmigo mientras me bañaba.
Como suele suceder me dieron ganas
de hacer pipí y de un momento a otro el pánico me invadió; de mi entrepierna emergió
liquido rojo y la primera idea que llego a mi cabeza fue “no, no ahora, es muy
pronto”.
Mamá siempre abierta, siempre
informada, había tenido esa platica conmigo, nos había reunido a mis primas y a
mí en el baño y nos había enseñado como sirve una toalla sanitaria y como se
pone, que es un tampón y como colocarlo, que hacer en esos casos, como actuar.
Le dije a Vero lo que pasaba con lágrimas
en los ojos, ella siempre fuerte y protectora, tomo la toalla y metió su brazo
a la regadera para cerrar la llave y me ayudo a taparme, me dijo que todo
estaría bien y que no me preocupara.
Mamá llego unos minutos después de
unas compras y le contamos lo sucedido, me explico que la menstruación no viene
precisamente de la uretra que probablemente la coloración se debía a haber
comido betabel.
Respire con alivió. No estaba lista
para crecer y ser algo más que no fuera yo.
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