(La primera vez que me sentí perdida)
Estaba en la formación, lista para avanzar hacía el salón, la maestra Paty se me acerco y me dijo que lo sentía mucho.
Mi abuelo partió un día después de
cinco años fatídicos de cuidados, mi mamá y mis tías dejaron medía alma
cuidándolo y los hombres aportaban económicamente o con su ausencia.
Mamá caminaba con carriola, Aaron
en ella, mochila de Daniela en hombros y bolsas de mandado camino con mi
abuelo.
Tenían que cambiarlo, asearlo,
darle de comer. Dejo de ser el hombre duro y se convirtió en un niño.
Probablemente es como la llegada de
sol, brilla con reservas en sus primeros halos, a lo largo del día va tomando
fuerza, para finalmente ahogarse en lo rojo del horizonte y culminar en tímidos
resplandores de un amarillo pálido, azulado.
Así bien, creo que ver el ocaso de
quien te dio la vida y verlo ser parte del tiempo es una experiencia
complicada.
Mamá vació sus atenciones cada
lunes y viernes en él. Muchas veces se le buscaba puesto que mis tías no sabían
cómo hacer ciertas cosas, mamá siempre ha tenido un don de ayudar y que al
final considero que es un tanto una maldición puesto que dejas una parte tuya
ahí.
Así que cuando Enrique partió a
otro sitio mi mamá se perdió en alguna parte. Es como en los libros de Haruki
Murakami, donde habla del mundo de aquí y del de allá, y en ambos tenemos un
homónimo.
Probablemente mamá se fue de
vacaciones a allá y yo me quede aquí.
Dejo de maquillarse, se cortó el
cabello, dejo de tener su estilo de vestimenta, dejo de importarle si su sala
estaba ordenada, si la comida estaba a tiempo y si Daniela hacía o no la tarea,
si cumplía, si estudiaba.
Después de años de tener su aliento
en mi nuca a cada instante, después de la perfección, de los constantes dieces,
de las boletas pulcras, de sus constantes reprimendas, su ausencia fue
desconcierto, fue intentarlo a solas, fue aprender a resolverlo, fue un camino
sin mapa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario